Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100111
Legislatura: 1886
Sesión: 18 de noviembre de 1886
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 55, 1064-1066.
Tema: Conducta política del Gobierno durante el interregno parlamentario.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Señores Senadores, el respeto que el Gobierno de S. M. debe a este alto Cuerpo Colegislador, le obliga a levantarse sin excitación ninguna a dar las explicaciones que hacen necesarias los cambios que ha experimentado durante el interregno parlamentario que acaba de espirar.

El Ministerio que existía al gin de la primera parte de esta legislatura, se ha modificado; primero, con la salida del Sr. Camacho del Ministerio de Hacienda y su sustitución por el Sr. López Puigcerver; segundo, con la crisis ministerial ocurrida el mes pasado. De una y de otra modificación debo dar cuenta sucinta a los Sres. Senadores, sin perjuicio de los más amplios esclarecimientos que pueda exigir el curso de los debates sucesivos.

Al finalizar las sesiones, creyó el Sr. Camacho encontrar, no solo de parte de algunos Sres. Diputados de la mayoría, sino también de varios de sus mismos compañeros de Gabinete, ciertas dificultades de orden administrativo que embarazaban, a su juicio, los planes rentísticos que él creía necesarios para la mejor gestión de la Hacienda pública, y fundado en esta creencia tan digno Ministro, adoptó la resolución de dejar el Ministerio.

Para disuadirle de este propósito, hice cuantos esfuerzos estuvieron a mi alcance, no solo atendiendo a los eminentes servicios que había prestado siempre y que todavía podía seguir prestando al frente de un departamento que tan bien conocía y tan perfectamente sabía dirigir, sino porque yo no quería verme privado de la experiencia y consejos de una persona de las condiciones morales y políticas de tan ilustre patricio.

Todos mis esfuerzos, sin embargo, se estrellaron ante la irrevocable resolución del Sr. Camacho, y entonces, con gran sentimiento mío y no menor de parte de todos sus compañeros, me vi precisado a presentar a S. M. su dimisión, al mismo tiempo que su reemplazo por el Sr. López Puigcerver, quien a sus notorios merecimientos y a su aptitud, por todos reconocida para desempeñar tan importante departamento, unía la ventaja de que, siendo a la sazón presidente de la Comisión de presupuestos del Congreso de Sres. Diputados, indicado por el mismo Sr. Camacho, ninguno mejor que él pudiera conocer sus planes y seguir con más facilidad sus mismos derroteros. Tanto sentía yo la salida del Sr. Camacho, que para reemplazarle procuré escoger a aquél que mejor pudiese seguir sus mismos planes.

Cualquiera que sea el estado de nuestras relaciones personales, y olvide o no S.S. aquellas cosas desagradables que entre los dos han podido pasar (yo de todo punto las tengo olvidadas), por falta de inteligencia de mi parte, quizá por falta de inteligencia de la suya y aun quizá por la de ambos; y aun cuando en el Sr. López Puigcerver haya yo encontrado un dignísimo sucesor, no he de dejar ahora, ni nunca, de hacer justicia a los grandes merecimientos y eminentes servicios del Sr. Camacho, ni mucho menos he de poder olvidar el valioso concurso que me ha prestado en muchas ocasiones y sobre todo, en momentos difíciles para la Patria, cuando al desaparecer de entre los vivos S. M. el Rey Don Alfonso XII, parecía como muerto el crédito público, que el seño Camacho, con su autoridad, con su valor y con su inteligencia, supo levantar de la postración en que pareció que había caído para siempre. (Muy bien, muy bien). Y tampoco puedo yo olvidar, ni podrá olvidar nadie, los beneficios a la Hacienda pública y a la riqueza del país.

Dificultados que ofrecen a los Gobiernos en todas partes, pero muy especialmente en los países tan agitados por la discordia, como desgraciadamente se encuentra el nuestro, produjeron un disentimiento momentáneo entre los Ministros que constituían el [1064] Gabinete anterior, ya modificado por la salida del dignísimo Ministro de Hacienda, el Sr. Camacho; disentimiento que produjo como resultado la dimisión del Ministerio. Siendo inevitable, por los accidentes y las circunstancias que motivaron aquel disentimiento, que, a lo menos, el Sr. Ministro de la Guerra y el de Marina consideraran como de imperioso deber el presentar sus dimisiones a S. M., a nadie debe extrañarle que estos impulsos naturales fueran apoyados por todos sus compañeros, con tanto más motivo, cuanto que, en la cuestión que había provocado el disentimiento entre todos, en el sentido de derecho y de doctrina, los Ministros, así civiles como militares, estábamos o habíamos estado de perfecto acuerdo. Su Majestad la Reina se dignó aceptar la dimisión, a la vez que me honró con su confianza encargándome de la reorganización del nuevo Ministerio, y enterados de esta Real resolución mis compañeros, los más, si no todos, tuvieron la bondad de darme un voto de confianza para que dispusiera los que habían de quedar en el Ministerio o fuera de él, según conviniera, en mi opinión, más a los intereses del partido, a los de las instituciones y a los de la Patria. Entonces quise yo limitar la crisis a los Sres. Ministros de la Guerra y de la Marina, cuya salida, como he dicho antes, era ya inevitable.

Pero el temor de que esta resolución de la crisis pudiera interpretarse como una división entre los elementos militares y civiles del partido liberal, división que no había existido ni en la cuestión del indulto ni en ningún otro asunto, me indujo a pensar que era más conveniente que a los dos Ministros militares acompañaran en su salida otros dos Ministros civiles, y a ser posible de los que hubieran opinado de distinto modo en aquel grave asunto; así como creí conveniente también que era necesario que entre los Ministros que quedaran como base de la reorganización del nuevo Ministerio, existieran asimismo las dos opiniones que habían reinado. Con ello quería demostrar que la diversidad de criterio respecto de aquel triste asunto en aquellos momentos difíciles, no dependía de la diferencia de doctrina o de apreciación de derecho, sino que nació del distinto modo de apreciar las circunstancias del instante y las consecuencias que de aquellas pudieran surgir para el porvenir de las instituciones y de la política española; a tal punto, que pasado aquel momento, y recobrando cada Ministro su propio sentido de derecho, todos volvimos a encontrarnos en la misma unanimidad en que hasta entonces habíamos vivido.

Sujeta a estas condiciones la resolución de la crisis, debía proceder y decidir en armonía con aquellas. La dificultad estaba en qué Ministros salían y qué Ministros quedarían.

Esta dificultad fue todavía mayor, porque hubo una verdadera competencia de abnegación y patriotismo de parte de todos mis compañeros. Todos deseaban salir del Ministerio, pero todos estaban dispuestos a hacer el sacrificio que exigieran los intereses de la Patria, los de la Monarquía y los de su partido.

Lo mismo los que querían salir (que eran todos) que los que quedaran por exigencias altísimas, todos rivalizaron en el cumplimiento de su deber, los que permanecieron en el Ministerio y los que salieron, porque así era como mejor podían servir a los intereses de las instituciones y de su partido.

Apenas os he de hablar a este efecto del entonces Ministro de la Gobernación, Sr. González; los trabajos de su departamento habían quebrantado tan hondamente su salud, que yo, que le tengo por uno de mis amigos más fieles, y que por lo mismo deseo tenerle a mi lado, me vi, sin embargo, en la necesidad de privarme de la cooperación de mi buen amigo y de los servicios que pudiera prestarme mi leal correligionario. El Sr. González salió del Ministerio por enfermo, como lo hubiera hecho aun cuando esta crisis no hubiese sobrevenido. El Sr. Gamazo creyó desde un principio que debía ser uno de los que acompañaran en su salida a los Sres. Ministros de la Guerra y de Marina, y que sus servicios (modestos, según él, porque S.S. es muy modesto, pero inapreciables para mí, como para sus amigos y para todos los que le conocen y tratan), podía ser más útiles al Gobierno y a la situación desde el banco del Diputado que desde el banco del Gobierno, y aquí hubiera quedado terminada la crisis, si no hubiese surgido una dificultad, que declararé al Senado, porque, como he dicho en el otro Cuerpo Colegislador, estoy resuelto a decir la verdad; que en esto, como en todo, lo mejor es confesar la verdad completa.

No sabré nunca agradecer bastante al Sr. Montero Ríos las deferencias con que ha respondido una y otra vez a mis cariñosas excitaciones y ruegos. Todo el mundo sabe que entró en el Ministerio como de paso, en momentos difíciles, cuando el cargo de Ministro era más bien un puesto de honor, y sólo mientras durase la gravedad de las circunstancias, y aún me parece que me fijó un plazo de tres meses. Pero pasó este plazo, y otros, y siempre tuvo la bondad de acceder a mi deseo de que continuara en el Ministerio, aun en momentos bien tristes para él y de gran aflicción para su familia, en los cuales, más que las cargas del Ministerio, que son demasiado amargas, necesitaba las tiernas caricias de su amante familia. Aun después de esto, el Sr. Mesonero Ríos tengo la confianza de que hubiera accedido a mi ruego de que continuara en el Ministerio, y no aprovechase, como quería, todas las crisis para su salida, si, como le pude responder del cumplimiento y realización de todo nuestro programa, me hubiese sido posible garantizarle la realización de ciertas reformas que no tenían nada que ver con el programa, y que no estaba en mi mano conseguir, al menos con el radicalismo con que él las deseaba. Por esta razón, yo tuve que ceder a sus reiterados deseos y le dejé salir (y hablo así para explicarme con la franqueza a que me autorizan las deferencias con que siempre había respondido a mis instancias), le dejé salir, digo, del Ministerio con harto sentimiento mío.

Y acordaba por estas diversas razones la salida de estos tres Ministros, era indispensable la permanencia de los otros tres para que mi pensamiento no fracasara; permanencia que conseguí no sin granes esfuerzos en cuanto a mi distinguido amigo y compañero el Sr. Alonso Martínez, que, empeñado desde un principio en abandonar el Ministerio cedió al fin, no a mis instancias, que no fueron bastantes, sino a las reiteradas de sus amigos, e hizo lo que hace siempre, sacrificar su interés personal en beneficio de su partido y en bien de la sociedad. Con estas bases, con el Ministro de Estado, Sr. Moret, cuya significación y condiciones excepcionales todos conocéis y de las que, por lo mismo, yo quiero hacer mérito en este momento [1065]; con el Sr. López Puigcerver sustituyendo dignamente a tan distinguido Ministro como el Sr. Camacho; y con el Sr. Alonso Martínez en el Ministerio de Gracia y Justicia, procedí a la formación del Ministerio de tal modo que significara, en la ponderación de los diversos elementos que hay en la mayoría de las Cámaras, exactamente lo mismo que el anterior, para que ni aun los más suspicaces y cavilosos vieran diferencias en la combinación política de uno y otro Ministerio; lo cual creo haber logrado con la entrada de los nuevos Ministros que tengo la honra de presentar al Senado y de cuyos merecimientos no debo decir nada, para no ofender su modestia y porque son notorios para todos los Sres. Senadores y de antiguo conocidos para el país.

Tengo, pues, la honra de presentar al Senado el Ministerio reorganizado tal y como lo veis en este banco, como la continuación del Ministerio anterior. En él podéis haber advertido diferencia en las personas, pero ninguna en la combinación política que representa, porque es genuina continuación del Ministerio anterior, que viene con los mismos compromisos, con el mismo programa y fundado sobre la misma base; es decir, en la fórmula de los Sres. Montero Ríos y Alonso Martínez, hoy más obligatoria, si cabe, para este Gobierno que para el Gobierno anterior, por lo mismo que en este no está uno de sus autores. Para cumplir este Gobierno sus compromisos y para cumplir su programa, a los proyectos ya presentados por el Ministerio anterior, añadirá los que se han de presentar inmediatamente al Congreso y al Senado y que con aquellos vienen a constituir, para esta parte de la legislatura y para la inmediata, el siguiente programa parlamentario que voy a tener el honor de leer a los Sres. Senadores:

Programa Parlamentario:

Presidencia del Consejo de Ministros:

Proyecto de ley sobre el ejercicio de la jurisdicción administrativa.

Proyecto de ley de empleados.

Proyecto de ley de compatibilidades.

Ministerio de Estado:

Relaciones con la América española, en armonía con la creación de líneas de navegación.

Ministerio de Gracia y Justicia:

Proyecto de bases del Código civil.

Proyecto ídem del Código penal.

Proyecto de ley orgánica de Tribunales.

Proyecto de ley del Jurado.

Ministerio de la Guerra:

Proyecto de ley transitoria, para mejora de retiros.

Proyecto de ley de división territorial militar.

Proyecto de ley fijando el cuadro de la oficialidad del ejército.

Proyecto de ley para la organización de la Administración militar.

Y otros proyectos que el Ministro del ramo tiene en estudio.

Ministerio de Marina:

Proyecto de ley de creación de fuerzas navales.

Creación de las grandes industrias de construcción en España (Blindajes, cañones, maquinaria).

Ministerio de Hacienda:

Proyectos de ley auxiliares a la de presupuestos.

Proyecto de ley de presupuestos.

Ministerio de la Gobernación:

Proyecto de reforma de la ley de policía de imprenta.

Proyecto de ley sobre las clases obreras.

Proyecto de ley de reforma de la ley de reemplazos.

Proyecto de reforma de la ley provincial.

Proyecto de reforma de la ley municipal.

Proyecto de ley de asociaciones.

Ministerio de Fomento:

Proyecto de ley de colonias agrícolas.

Proyecto de ley de crédito agrícola.

Plan sobre ferrocarriles de vía estrecha.

Y otros proyectos de ley que el Ministro del ramo tiene en estudio.

Ministerio de Ultramar:

Ley provincial para Cuba y Puerto Rico.

Líneas de navegación y medidas especiales para Filipinas.

Proyecto de ley de presupuestos para Cuba y Puerto Rico.

Como veis, Sres. Senadores, larga es la tarea que el Gobierno os propone; pero todavía no está completa, porque todavía falta algo para completar el programa que el Gobierno está resuelto a cumplir, y este algo es la fórmula del sufragio y la ley electoral que sobre ella ha de establecerse; y falta esto, porque el Gobierno no cree conveniente presentarlo desde luego, toda vez que su aprobación traería aparejada la muerte de estas Cortes, y con aquella un nuevo aplazamiento para las reformas liberales que el Gobierno, con el concurso del Senado y del Congreso, tiene la obligación de realizar.

Tal es, Sres. Senadores, el pensamiento del Gobierno, expuesto con sencillez y franqueza, dentro del cual, claro es que el Gobierno ha de tener la iniciativa, que yo espero que los Cuerpos Colegisladores respeten, de dar la preferencia a aquello que en su sentir sea más necesario para satisfacer las necesidades del país, en cuyo caso el Gobierno piensa dársela a los grandes problemas que se relacionan con la cuestión de orden público y con la reorganización del ejército.

Y espero esto, porque si el Gobierno tiene bastante con la confianza de sus amigos para la realización de las reformas liberales, necesita y demanda para la resolución de los grandes problemas que se relacionan con el orden público y la reorganización del ejército, no solo el apoyo de sus amigos, que ese, en todo caso, espera confiadamente tenerlo, sino el auxilio de todos los partidos y el concurso de todos los ciudadanos honrados. (Aprobación). Porque, Sres. Senadores, sin una gran confianza en el reposo público y sin una inquebrantable disciplina en la fuerza armada, ¡ah! todos nuestros trabajos serán inútiles, estériles serán todas nuestras reformas, peligrosa la libertad e imposible la vida social. El Gobierno piensa cumplir sus compromisos ahora, que amigos y adversarios cumplan con su deber. He dicho. (Muy bien). [1066]



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